La reciente escalada en la guerra comercial entre Estados Unidos y China, impulsada por las políticas proteccionistas de Donald Trump, ha sacudido los mercados internacionales y ha puesto en alerta a distintos sectores económicos, entre ellos, la agroindustria argentina. En un país donde gran parte del crecimiento económico depende del campo y sus exportaciones, las consecuencias de estos movimientos geopolíticos se sienten con intensidad.
Consultado al respecto, el economista Mike Palou explicó que uno de los primeros efectos se vio reflejado en los precios internacionales. “La soja fue la que más sintió el golpe. Cayó aproximadamente un 6,5% tras el anuncio de los nuevos aranceles. Eso representa un deterioro importante en los términos internos para el productor argentino”, señaló. En cambio, añadió que “el trigo permaneció prácticamente neutro, y el maíz, que está muy ligado al precio de los combustibles, tuvo una pequeña suba, pero también puede considerarse estable”.
Palou insistió en que, aunque los mercados reaccionan de forma inmediata, no se puede atribuir todo a una sola causa. “La economía es acción y reacción, y los precios se mueven por múltiples factores: desde informes de oferta y demanda hasta lo que ocurra con el petróleo. Pero sin duda, estas decisiones políticas generan un impacto directo”.
En cuanto al modo en que estas medidas impactan en el agro argentino, el economista explicó que “lo principal es el flujo comercial. Se trata de un reordenamiento forzoso, muy costoso en términos de planificación y logística. Además, se mete mucha incertidumbre en el medio, lo que complica todavía más la situación”. Según su análisis, si el objetivo de Trump es forzar negociaciones bilaterales, podría estar consiguiéndolo. “Argentina ya expresó su intención de revisar los productos que exporta y las tasas que cobra Estados Unidos para intentar obtener excepciones o beneficios concretos”.
En este nuevo contexto, el país podría verse parcialmente favorecido si logra posicionarse como una alternativa para abastecer a China. “Si el principal comprador mundial de grano como es China ve limitada su relación con Estados Unidos, muy probablemente oriente su demanda a Brasil o Argentina”, comentó Palou. De hecho, subrayó que “la semana pasada, mientras las bolsas mundiales caían, la de Brasil se mantenía estable. Eso ya era un indicio de que podía captar parte de esa demanda”.
Sin embargo, no todo es positivo. La situación interna de Argentina añade otra capa de complejidad. Con un acuerdo en negociación con el Fondo Monetario Internacional, una economía inestable y una cosecha en plena entrada al mercado, los desafíos macroeconómicos son considerables. “Hoy por hoy estamos tratando de salir del cepo cambiario, y eso añade una capa de incertidumbre que afecta directamente a la planificación financiera del agro, a la inversión y al acceso al crédito”, afirmó el economista.
Respecto a qué sectores dentro de la agroindustria están más expuestos, Palou fue claro: “El sector exportador es el que más lo sufre. Se le incrementan los costes en un mercado que ya es muy competitivo. Y además, hay que ver qué pasa con los insumos locales, que también pueden verse afectados por este nuevo escenario de tarifas y barreras comerciales”.
Ante este panorama, los productores argentinos deben recurrir a herramientas de cobertura para mitigar riesgos. “Hoy más que nunca es importante usar instrumentos financieros como puts, opciones o contratos a futuro. El mercado está con precios bajistas, y hay que protegerse”, recomendó. No obstante, advirtió que esas herramientas deben ir acompañadas de políticas públicas claras: “Desde lo macroeconómico, hay que generar estabilidad. Sin estabilidad, no hay inversión posible. Y esa estabilidad debe ser a largo plazo, no solo de coyuntura”.
También hizo hincapié en la importancia de la comunicación gubernamental. “Una política exterior agresiva o mal planteada puede cerrar puertas en lugar de abrirlas. No se trata de ir a pelearse con los socios comerciales, sino de mostrar flexibilidad y coherencia. Buscar nuevos mercados, sí, pero también cuidar los que ya tenemos”, concluyó.
Así, el escenario que se abre para la agroindustria argentina es incierto pero no necesariamente negativo. La clave estará en saber adaptarse a los cambios, aprovechar las oportunidades que ofrece el reordenamiento global y mantener, en paralelo, un equilibrio interno que permita al sector seguir siendo competitivo y motor de la economía nacional.